Desde que España se puso en guardia frente al coronavirus, las razones de la ciencia han logrado algo en lo que la política de las emociones lleva 25 años fracasando: acortar el tiempo de la cárcel para muchos presos. Las sucesivas reformas penales han llevado la tasa de encarcelamiento española a estar entre las más altas de Europa occidental. Ahora, el protocolo sanitario, que aconseja reducir el contacto y descongestionar espacios cerrados, mandó a casa a 3.000 presos entre marzo y abril. La situación renueva así una pregunta que el debate político ignora desde hace décadas: ¿Y si la prisión no fuera lo mejor para la rehabilitación?
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